En medio del extenso catálogo de Netflix, ocasionalmente aparece una película que no solo atrapa por su intensidad, sino que también sacude al espectador con una historia profundamente humana. Robo, basada en la novela de Ann-Helen Laestadius, es precisamente una de esas obras que invitan a quedarse en casa, apagar las distracciones y sumergirse en un drama íntimo y necesario.
La historia gira en torno a Elsa, una joven de la comunidad Sámi, que desde pequeña sueña con seguir la tradición familiar de la cría de renos. Su infancia está marcada por el aislamiento y la discriminación, incluso en la escuela, donde su identidad la convierte en blanco de burlas y exclusión. Desde muy temprano, la película muestra cómo la intolerancia se transmite desde la niñez, sembrando desconfianza y odio hacia lo diferente. Esa misma violencia estructural será la que definirá gran parte de la vida de Elsa.

‘Robo’: la lucha de una joven Sámi en un mundo que la rechaza
Uno de los momentos más desgarradores ocurre cuando, siendo niña, presencia el asesinato de su reno favorito por un hombre en una moto de nieve. Esta escena es más que un punto de inflexión narrativo: es una metáfora brutal del despojo que sufre su comunidad. Ya de adulta, Elsa (interpretada de forma poderosa por Elin Kristina Oskal) sigue enfrentando la amenaza constante de ataques a los animales y el desprecio de quienes ven a los Sámi como beneficiarios injustos de subsidios y privilegios.
Robo no se queda en la denuncia evidente ni en el melodrama fácil. A través de una narrativa sobria y envolvente, expone los matices de una lucha colectiva e individual, donde incluso dentro de su comunidad Elsa encuentra resistencia. Su voz firme en las reuniones del consejo Sámi es silenciada por los hombres que temen su franqueza. A pesar de sus buenas intenciones, ella es acusada de provocar más odio. Es en estos momentos donde el filme aborda también cuestiones de género, mostrando cómo el liderazgo femenino es cuestionado incluso por sus propios aliados.

El guion, sin caer en sermones, permite que el espectador experimente la historia con empatía. La película también aborda los problemas familiares de Elsa: su abuela enferma de demencia, su hermano en crisis por la presión que enfrenta, y su propio dilema existencial entre continuar con la vida de pastora o buscar nuevas oportunidades. Este cúmulo de conflictos personales y sociales convierte a Robo en un retrato complejo, visceral y emocionalmente agotador, pero necesario.
Visualmente, la película es notable. El trabajo de la cineasta Elle Márjá Eira y el director de fotografía Ken Are Bongo logra capturar la magnificencia de los paisajes árticos sin eclipsar la narrativa. Las tomas aéreas de los rebaños, los cielos teñidos por la aurora boreal y la vastedad de la nieve funcionan como telón de fondo para una historia profundamente humana. La belleza del entorno contrasta con la dureza de las vivencias, generando una atmósfera hipnótica.